Cada vez escribo menos. No es que tenga menos ideas, ya que siempre se puede escribir de cualquier tema, pero sí menos ganas.
De hecho, tan pocas ganas tengo que me algo en mi interior me dice que pare ahora mismo, que no siga. Que cierre esta ventana del navegador y que me ponga a hacer otras cosas. Que deje de perder el tiempo.
Siento que no tengo nada que transmitir, mi mente me dice que no vale la pena, que las palabras escritas no sustituyen a la experiencia real. Será por eso también que últimamente solo me apetece leer novelas y no puedo leer libros que traten de enseñarme algo durante más de 10 minutos seguidos.
¿Podría llamar a esto la escritura apática?
Se siente como una pesadez cercana al corazón, una repulsa. Que voy a contar si, al cabo de dos días, ya nadie se acuerda de eso, ni siquiera yo mismo.
¿Sólo para entretener un ratito?
No creo que el mundo necesite más palabras, sino menos.
Hubo una época, durante varios años, en la que escribía regularmente un diario. No cada día, pero si al menos una vez a la semana o un par de veces al mes. Escribí muchísimas páginas, con todo tipo de vivencias.
Y la verdad es que es una pasada volver a releerlo, aunque no es algo que haga a menudo. Pero las veces que lo he abierto es como si hubiera guardado una parte de mi vida allí. No está en ningún otro sitio. Guardé parte del pasado.
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