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En general siempre fui un estudiante bastante malo. Las clases en el colegio me aburrían de tal manera que simplemente no podía atender, ni mucho menos ponerme luego a memorizar cosas que no me importaban. Era algo muy superior a mi fuerza de concentración.
La única clase que realmente me apasionaba era informática, y eso que por aquel entonces no hacíamos nada interesante y todo el mundo se la tomaba a cachondeo, como las de música o arte. Pero a mí el simple hecho de poder estar allí tocando una máquina tan fascinante me alegraba el día.
En casa teníamos un ordenador con Windows 3.1 y el único lenguaje de programación que admitía se llamaba BASIC. Intenté estudiarlo alguna vez, pero Google aún no se había creado, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que lo di por imposible. No podía entender cómo era posible crear programas solo escribiendo frases en la pantalla y tampoco nadie de mi entorno me lo sabía explicar.
También estudié un poco por mi cuenta en que consistía Linux y qué era el terminal de Windows. Pero oye, seguía sin entender realmente para qué me servirían. Después me interesé durante una temporada por el hacking, aunque nunca llegué a hacer nada especial con ese conocimiento. Era solo interés y nada más.
Y llegó la adolescencia. En un principio tenía clarísimo que en la universidad -si es que llegaba allí algún día- iba a estudiar Ingeniería Informática, pero el Bachillerato tiró por tierra todas mis expectativas: yo era un auténtico desastre en cualquier asignatura con números. En matemáticas especialmente y esa, en teoría, era la asignatura esencial de la carrera.
Entre eso y el hecho -no menos importante para mí en aquel entonces- de que estudiar informática te convertía automáticamente en un friki y de que te condenaba a estar 5 años sin ver a una sola chica en clase, no me lo pensé dos veces. Yo no tenía ningunas ganas de ser un friki y tenía ganas de conocer a muchas chicas.
Así que me olvidé de todo aquello, cambié la concepción que tenía de mí mismo, dejé de interesarme tanto por los ordenadores y también cambié de Barchillerato, a la rama social.
Al haber dejado de lado mi ‘pasión profesional’ por decirlo de alguna manera, no tenía ni idea de lo que hacer. Entonces mi mente racional siguió esta lógica:
El colegio sirve para entrar en -> bachillerato, que sirve a su vez para entrar en la -> universidad, que sirve a su vez para conseguir un -> trabajo, que sirve a su vez para conseguir -> dinero
Dinero. Allí acababa la frase. No veía un trabajo entonces como algo que me llenase, puesto que no sabía que podía ser eso, sino como un medio para conseguir dinero.
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